Imagino aves charlatanas que, mudas hoy,
vagan en la oscuridad de cada tarde
hacia una puesta de sol imaginada.
Y ellas son mis palabras,
ausentes, silenciosas, indigentes
de una luz que no me catequiza,
aunque mi memoria hostigue incansable
el rastro del rumor verde, primitivo,
de las hojas frescas tras la lluvia
y la hiel amarga tan codiciada
de esos frutos incipientes,
que impúber sustraía de los huertos.
Reaparecen anónimos los sabores
de antaño. Y no hallo pigmentos familiares
en los rubores teñidos de mi vieja cimbra.
No quedan vestigios de aquellos cronopios,
desordenados e ingenuos. Desertaron
el verdor y la humedad y los bosquejos
de mi vida han quedado amojonados
dentro de infranqueables aristas
que amalgaman mi savia con recias
y silenciosas treguas, como
famas
y me amigan a esperanzas indolentes
cual estatuas.
Y ya no hay pasos que desandar. Mis blasones
se han quebrado como piedras
lanzadas al vacío desde una cúspide infinita.
© Juana Fuentes