martes, 7 de mayo de 2013

No habrá de ser en vano la muerte


                                                             Yo he comprendido que los soles, los planetas,  el mismo mar  
                                                             inflado por la luna, nada son. No son nada. Yo tampoco. 
                                                                                                                             Ramón Ataz

No habrá de ser en vano la muerte
cuando tu voz, ahora extenuada,
sigue arrojándome ecos que recoge
mi semblante en una mueca de añoranza. 
Pero hoy, los latidos agazapados 
bajo mi frente tañen como campanas 
arriadas en greda. Densos. Pegajosos.


Sé que puedo desconocer
algunos pequeños detalles: 
si ese café mañanero 
que honrabas puntualmente cada día
te gustaba desnudamente amargo
o con un poco de azúcar; tampoco 
cuál era tu loción predilecta; 
o simplemente si no la usabas;
ni siquiera cuál era la marca 
del tabaco que humeaba alrededor
de tu cabeza.

Pero sí podría recordar que, de entre todos
los posibles matices que la luz arbitra, 
solías quedarte con el gris _tan extraño 
a la paleta de  un arco iris_, porque era el color 
de los ojos de tu madre; que Lennon
era la bandera que alzabas
con tus manos conmovidas para ensalzar 
todos tus himnos; que Amarcord y Fellini 
marcaron aquellos lejanos abriles. Y también, 
cómo no, que Carlos Edmundo D’Ory escribió 
tus sonetos preferidos.

 
Y ya no podré hablarte de todas esas cosas 
que cada día acostumbran a mortificarme, 
ni escuchar de nuevo el aliento 
de tu boca para mudar, una vez más, 
al espectro de tus grises  mis horas oscuras.

Te has ido y, al hacerlo, mis poemas se han resecado, 
quedándose  demasiado a solas conmigo.

© Juana Fuentes




No hay comentarios:

Publicar un comentario