viernes, 28 de junio de 2013

El Dios de las pequeñas cosas

Erramos por años, vagabundos olvidados,
contra el tosco cemento de  las calles. 
Decidía nuestra senda un frágil recuerdo,
una cercana sombra agazapada
a la hediondez de nuestra espalda:
orfandad en comunión afligida,
sombra y ser, invitados 
al tenebroso baile 
de las horas oscuras.


Pero el sol un día vino a nacerse en nosotros.
Todo nos sobró. Y de vino
rebosaron nuestros vasos;
las calles remediaron ser aquellos eriales
de antaño para venir a derramarse con  las gentes
que dejaban desnudas  las salas de  las casas.
No volvió la lluvia para anochecer  las frentes
y los ojos; acaso para crecer la carne,
como crece el pan cuando toca la leche tibia.


Y qué pequeñas hoy las grandes cosas de ayer.

© Juana Fuentes




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