martes, 28 de mayo de 2013

El árbol cansado

Mirad ese árbol que ayer
desencogía  sus ramas
para encumbrarlas con majestuosa
solemnidad. Hoy los pájaros
ya en él no se posan
buscando  recuperar su aliento
y no ampara su  tronco la espalda
dolorida de un  hombre cansado.
Sus hojas han despreciado
su limpio verdor de ayer
mudándose grises para lucir
lánguidas en cualquier estación.
Y aquel  tibio frescor que su sombra
procuraba ofrece ahora un perfume
tenebroso, como el aroma húmedo
de una casa hace años desamparada.

El hombre cansado  sigue hoy siendo,
aunque lo ignora, un hombre
cansado, pero esconde sus jadeos
en una fingida suficiencia.
De níveas hebras se ha poblado
su cabeza, pese a que el espejo
le devuelva esa imagen jovial,
tan clara, de los primeros años.
Camina apenas erguido
y apura sus pasos cuando pasa
junto a aquel árbol olvidado,
ya más alabeado que él mismo.
No podréis ver su mirada,
es la mirada extraviada
la mirada esquiva
de aquel que desprecia la raíz
que un día nutrió su ya inútil sabia.

© Juana Fuentes



domingo, 26 de mayo de 2013

Los adjetivos en los instantes desiertos

Te miro: construyo a través de tus ojos 
universos imposibles, levantando
montañas figuradas que no podrás 
nunca coronar. Y te confinas en las 
brumas de un  lóbrego y profundo pantano
alimentado con la ponzoña amarga,
solitaria, de mi vientre mutilado.

Me miras: me destierras al ostracismo 
de una burbuja callada y transparente 
que me apresa entre las zarpas de un recuerdo
nublado _indiferente destierro, urdido
con arresto y voluntad,  custodiado por 
la llave de un carcelero obstinado_.

Nos malgastamos en el éxodo lento
de un camino en el que  maleza y guijarros
fueron anidando; donde la templada 
comunión de nuestros cuerpos despojados
se tornó en el roce invisible de aquellas
indiferentes manos; y los abrazos,
en esos instantes desiertos que nuestra
memoria quiso terminar olvidando.

© Juana Fuentes





















Photo: Jarek Kubicki

miércoles, 22 de mayo de 2013

Noches en gris oscuro


Que no te cause zozobra
el  gris yermo de la noche
y sus fríos espejismos
_lo sé, en ese áspero lecho
las horas serán de mármol_.

La claridad está dentro
_desde cuando no eras cuerpo _,
aunque atisbarla no puedas.
Muda azul el pensamiento y
deja reposar tu pecho.

Porque tendrás que saber
que la luz no se silencia.
Que es una oscuridad tenaz
la que, ávida, ennegrece
la franela de tu manta.

Te bastará con saberlo;
deja entonces que te envuelva,
acúnate en su centro
y acoge los abrazos del
inevitable silencio.

© Juana Fuentes


martes, 7 de mayo de 2013

No habrá de ser en vano la muerte


                                                             Yo he comprendido que los soles, los planetas,  el mismo mar  
                                                             inflado por la luna, nada son. No son nada. Yo tampoco. 
                                                                                                                             Ramón Ataz

No habrá de ser en vano la muerte
cuando tu voz, ahora extenuada,
sigue arrojándome ecos que recoge
mi semblante en una mueca de añoranza. 
Pero hoy, los latidos agazapados 
bajo mi frente tañen como campanas 
arriadas en greda. Densos. Pegajosos.


Sé que puedo desconocer
algunos pequeños detalles: 
si ese café mañanero 
que honrabas puntualmente cada día
te gustaba desnudamente amargo
o con un poco de azúcar; tampoco 
cuál era tu loción predilecta; 
o simplemente si no la usabas;
ni siquiera cuál era la marca 
del tabaco que humeaba alrededor
de tu cabeza.

Pero sí podría recordar que, de entre todos
los posibles matices que la luz arbitra, 
solías quedarte con el gris _tan extraño 
a la paleta de  un arco iris_, porque era el color 
de los ojos de tu madre; que Lennon
era la bandera que alzabas
con tus manos conmovidas para ensalzar 
todos tus himnos; que Amarcord y Fellini 
marcaron aquellos lejanos abriles. Y también, 
cómo no, que Carlos Edmundo D’Ory escribió 
tus sonetos preferidos.

 
Y ya no podré hablarte de todas esas cosas 
que cada día acostumbran a mortificarme, 
ni escuchar de nuevo el aliento 
de tu boca para mudar, una vez más, 
al espectro de tus grises  mis horas oscuras.

Te has ido y, al hacerlo, mis poemas se han resecado, 
quedándose  demasiado a solas conmigo.

© Juana Fuentes