domingo, 14 de diciembre de 2014

Memorial de las flores

                   Llega un aire perfumado, caen mis lágrimas;
                   estoy solo; mis amores están lejos...
                   Juan Ramón Jiménez- Nocturno


Se han cerrado las flores arrostradas
en el  huerto. El polen sobrevive
arañando la finísima lámina
de sus cáscaras de seda desteñida,
esparcidas ahora por el suelo
como linternas del cielo que ya hubieran
cumplido su función.

Y como si del  mismo polen
de esas yemas vacías se tratara,
también hoy quiere abrirse paso
la memoria encerrada entre  los huesos.
Sin apenas violencia, sin roturas,
porque nada queda por romper
de una carne que con tanta insistencia
acabó de marchitar la vida.

De la memoria, es su afán engañoso
que volvamos atrás para atrapar  las flores
de ese tiempo que llega del pasado,
apretándolas firmemente bajo los puños
hasta que nos duelan los dedos.

        No es  el futuro ya un regalo,
        no quedará vida bastante
        para espigar con las manos abiertas
        con el riesgo de su derroche.

Nos incitará a plantar de nuevo las semillas
que, en su semen tan frágiles, fueron disipando
las estaciones.
Pero ya no crecerán las flores en el huerto.

Juana Fuentes




lunes, 10 de noviembre de 2014

La justicia de los dioses

                         Lo han enviado por si existiera
                         alguien más ahí fuera
                         Pedro Flores.- "Años luz"

                                         

De aquella noche
de fiesta y hermandad
de hace veinte años casi,
recuerdo sólo
que era una tibia noche
como eran entonces las de junio,
pero ignoro qué estrellas suspendidas en lo alto
mantenían sobre nuestras cabezas
una disputa sin sentido.

Disparé una áspera respuesta
a su pregunta y a esos ojos
que por primera vez
yo veía y que, aun afables,
me miraban inquisitivos.
Si hubiera tenido la decepción
un rostro, probablemente habría sido el suyo.

Olvidé después aquella noche
hasta que unos años más tarde
un ser misericordioso vino casualmente
a refrescar mi memoria.
Y yo me justifiqué culpando a las estrellas.

Pronto busqué a aquel extraño 
y pronto le encontré en el universo 
de las ventanas virtuales y de las voces sin sonido.
Y desde entonces sus ligeros y dulces alegatos,
sus siempre reconfortantes palabras,
y esa sonrisa que, no pudiendo advertir mis ojos, 
tan fácilmente se vislumbra.

Se arrepintieron los cometas de aquella noche
ya lejana, me digo con frecuencia,
o acaso es que vino algún dios
a poner orden entre el caos.
Será cierto entonces que aún hay dioses 
que imponen la justicia que con tanta insistencia
los mortales perturbamos.


Juana Fuentes




sábado, 1 de noviembre de 2014

El señor y el vagabundo

Mira a ese hombre y su perro.
No importa que sea febrero y que apenas alcance 
la manta mullida  por el polvo amontonado 
para abrigarle del hielo de las noches: 
el cuerpo cálido del perro consigue cada mañana 
reanimar sus manos.

Pareciera que fuera el animal el dueño, 
el que en las noches designa y reconforta  
la cueva improvisada en cualquier escondrijo 
de una calle solitaria; el que aleja los peligros 
que interrumpen el pasar indolente de las horas; 
el que -y no lo dudemos- acerca el sustento
a esa casa sin tejado: no es la compasión 
de las personas dadivosas hacia el pobre infeliz 
la que procura la limosna -demasiada indigencia
en este mundo descosido-, sino un doblegarse 
a la belleza indiscutible que carga el animal sobre su espalda 
y, más allá de su lomo, a la que se evidencia 
en la piedad de sus ojos.

Y si el perro pudiera pronunciar palabras,
sólo podrían brotar las de gratitud de su boca, 
aunque no hacia todas esas gentes presuntamente generosas 
o a la mano del amo parsimonioso que siempre aguarda la tarde
para alimentarlo, sino a la misma vida, la que día tras día 
le proclama héroe de esta historia,  
la misma vida que tarde o temprano
habrá de abandonarle.

Juana Fuentes





jueves, 24 de julio de 2014

Se llamaba simplemente Jon

Solía pronunciar el nombre de aquel amigo con una exagerada solemnidad, deteniéndose en cada una de sus sílabas, como cuando saboreaba lentamente, sorbo a sorbo, una copa del más espléndido vino.

Cada vez que mencionaba su nombre y comenzaba a relatarme alguna anécdota, yo me distraía pensando que sólo lo apreciaba por su éxito social y la fortuna acopiada en sus cuentas bancarias, el fastuoso palacete en el que vivía e, incluso, el regio uniforme de los sirvientes que lo atendían.

Cuando remarcaba con tanto énfasis cada sílaba de ese nombre, de alguna manera estaba alimentando sus ansias de llegar a tener, algún día, todo lo que él poseía, y de que los demás también pronunciaran el suyo de aquella forma tan ceremoniosa, con esa misma gravedad. Pero su nombre propio era insuficiente y no admitía una expresión tan ampulosa, pues se llamaba simplemente Jon, como si acaso la vida hubiera querido concentrar en ese parco apelativo toda su riqueza y su pobreza.

Y yo siempre me ensimismaba en esos pensamientos y apenas le escuchaba. Tal vez sea ese el motivo por el que hoy ya no puedo recordar los secretos de ese hombre poderoso y que, con tanta frecuencia, mi amigo, el de tan escaso nombre, me desvelaba.

Juana Fuentes


miércoles, 16 de julio de 2014

La mutua simpatía

                                  A Dolores Celdrán

A veces uno no se explica cómo es posible 
que sin que apenas medien las palabras, 
aflore y se sostenga eso que llaman
“la mutua simpatía”.

Sólo sé que bastó con mirarnos
entre tu silencio y el mío
para presentir que ese manto verde
que se derramaba de tus ojos
debía de ser un confortable lugar
para que la amistad se alojara;
que eras como la copa encendida
de uno de esos árboles tan regios
que atraen hacia su luz reverdecida
a criaturas inquietas,
y las mecen con sosiego entre sus ramas
inmunes al viento.

Después se sucedieron diez años
entre más silencios y sinceras sonrisas sin mueca,
hasta que - y de nuevo sin apenas palabras-
supe que el destino nos unía.

Y han transcurrido otros tantos hasta hoy
en los que el cálido silencio fue dejando paso
a las palabras sentidas,
incendiadas de aliento y de luz.
Pero ahora se aproxima el día en que habremos 
de festejar las despedidas.
Habré de contener las lágrimas
para que desde ese mismo instante,
e indefinidamente,
sin contención entonces,
sin apenas medida,
se desboquen todos los recuerdos.

© Juana Fuentes



lunes, 7 de julio de 2014

A ese viejo amigo



                                                    A Daniel Marín

No me revelaste nunca tus secretos,
al menos, no tantos como yo te confesé,
quizá por suspicacia, o acaso por una cuestión
de amable deferencia.
Pero no quise pararme en tales nimiedades,
ya que, al fin y al cabo, siempre supe
que quien te revela sus secretos
más callados termina despreciándote,
porque te has erigido en su cancerbero.

Y sigues siendo,
después de tantos años, esa brisa
que por momentos me chispea
y de pronto se apaga
-no me equivoco, ocurre siempre-.
Aunque me consuela que no me llames
o te llame yo para pedirnos un favor
y que encontrarnos sea la única recompensa:
unas pocas horas de cuando en cuando;
ponernos al día en unos minutos;
y al final un abrazo
de despedida,
sabiendo que dentro de un tiempo
volveremos a vernos y, cómo no,
de nuevo a lamentarnos
-y no preguntaremos la razón-
de que aquel viaje que ideamos
el último día resultara, finalmente
-y como siempre-, inconcebible.

© Juana Fuentes


lunes, 23 de junio de 2014

Cosas que te diría

                                         A Francisco y Eva

                   "Los días en que has visto
                    una sola huella sobre la arena,
                    han sido los días
                    en que te he llevado en brazos".

                     Anónimo
                    Extraído del libro "Gracias Swami",
                    de Cándida Avanni



I. 
He aprendido a caminar 
con mi mano cautiva de la tuya,
y es posible que no supiera ya hacerlo
si adelantara a tus pies los míos
o si avanzara torpemente
intentando seguir tu rastro.
Si acaso alguien encontrara 
unas huellas solitarias
que pudieran ser las mías,
podría decirle con certeza
que son las que dejé, sin remedio, 
señaladas una noche en la tierra,
mientras te alzaba en mis brazos
rebosante de júbilo y gratitud
al recibir este regalo
que, finalmente, y de tu mano, 
ha concedido hacerme la vida.

II. 
Sembré tierras y campos, 
aun a riesgo de su infertilidad.
Y miraba al cielo, cada día, 
aguardando el milagro de la lluvia.
Llena de aliento, acechaba a los pájaros
buscando sus ojos y sus alas.
Escuchaba su canto, 
su voz gozosa
en el alba; su gorjeo afligido
al derrumbarse la tarde.
Y todos los días, todos, yo seguía sembrando. 

Qué espléndidos frutos trae hoy
la cosecha; qué frutos tan deliciosos
que ya no esperaba: había olvidado
que alguien me dijo que, tarde 
o temprano, acabaríamos un día
recogiendo todo lo que, pacientes,
habíamos ido sembrando.

© Juana Fuentes



domingo, 15 de junio de 2014

De la tristeza y otros trámites

                         Y apura
                         el fulgor del relámpago.
                         Después,
                         tiempo tendrás para seguir muriéndote.
                         Eloy. S. Rosillo- “El fulgor del relámpago”

                                    No dejes
que miren con añoranza tus ojos 
los días que te arrancó el verano, 
ni que tus dedos se detengan 
a dibujar de nuevo el borde 
de alguna sombra 
mendigada a tus sueños.

                                    Observa
la belleza de un pájaro en su vuelo;
de una hermosa puesta de sol, su luz intensa.
Abraza también el perfume 
impregnado en el tronco de un árbol.
Y mira y huele esos dones
con la gratitud de quien sabe
que presencia un milagro.

                                    Permite
que sea la tristeza 
sólo un simple trámite, un preludio
necesario de silencio para las horas
que llegarán cargadas
de gozo.

                                   Y apura,
cuando te alcance,
el fulgor de cualquier acaso 
que pensaste inconcebible.
Apúralo con conciencia.
Que fecunde su brillo 
con tal exaltación tu memoria
que ganas no te queden,
después,
de seguir muriéndote.

© Juana Fuentes




domingo, 1 de junio de 2014

Mis ojos inservibles

Esta tarde, cuando por un instante
se me escapaba
-y tú con ella-
la vida, la he visto pasar
frente a mí con los ojos
sobrecogidos
de aquel que no comprende
lo que unos segundos de claridad
pueden mostrarle.

Han sido ellos, mis ojos,
nublados como lucernas de un barco
desorientado que sólo gobierna
la tempestad,
los que me han mentido al negarme
que pueda subsistir la dicha
si no hay dolor que la realce.

Y ya sin agua que derramar,
se han empequeñecido
-y yo con ellos-
como esos objetos inservibles
que quedan guardados en un cajón
que nadie se acordará de abrir
en muchos años.

© Juana Fuentes



jueves, 29 de mayo de 2014

Grand Central

Me dicen que llegar
a una estación de tren
cualquiera
es adentrarse ya
en el corazón
de una ciudad
cualquiera.
Que traen sus vías
vagones
cargados de médula y sangre
buscando su destino:
un impulso
en todas direcciones
que logra remover
a cada instante la vida
de las calles.
Que en una estación
de tren el frío
no es el frío
que nos acerca a veces
-sólo a veces-
a la idea de la muerte.
Que es ligero
el silencio
de uno mismo
en medio
de las voces lejanas de los otros,
mezcladas con el ruido
de miles avisos
programados,
desprovistos de vida
y de entusiasmo.
Que nunca allí
es un adiós
un adiós completo,
sino sólo un hasta pronto.

Afirman
que en una estación de tren
las cosas suceden
en un segundo,
como se sucede
un latido,
como sobreviene
un espasmo.

Cuántas ciudades habré visitado
-cuántas que apenas
ya recuerdo-
y no entré
en sus corazones.
No sé, yo no sé,
pero entonces guardé
en mis bolsillos solamente
sus piedras y sus bosques.

Quiero regresar
a todas las ciudades
que conozco
-y ya he olvidado-
llevando un billete
de tren usado
en mi chaqueta.
Ser la sangre
que desde su corazón
incendia
el pavimento de las calles
o las alas grises de ese pájaro
que busca en sus baldosas
algo de descanso.

Y que esa sangre
empape
mis bolsillos,
mis bolsillos ya vacíos
de piedras y de bosques.

© Juana Fuentes



domingo, 27 de abril de 2014

Breve Tratado sobre la culpa

                       A Blas de Otero 
                       y Miguel Angel Rubio Sánchez

Podríamos hablar sobre la culpa.
Pero entonces debería confesarte  algunas cosas:
que Apolo vino un día  a exonerar mi alma
de todos sus espasmos causados por la culpa,
esa falacia que un dios inventó para despoblar
de  pájaros mi bosque y convertirlo en un yermo paraje.
O  incluso que compuse un catecismo
con todas las inevitables razones
por las que debía enjuagar mis pecados,
esos que el mismo dios concibió
para justificar su presencia
en aquel cielo descompuesto.

Y creí que en algún momento
dejaría de existir la congoja,
que me haría olvidar la dicha
el consuelo que ya sólo hallaba
al esconderme en las palabras.
Pero la vida se nutre de dolor.
Y seguiré siendo un ángel fieramente humano
que, sin pedirle cuentas a ese dios,
no dejará de lamentarse de lo caduco de la existencia.
Y de su decadencia y su pobreza.
Y así, un día podré expiar todas esas culpas imaginarias.

Ahora espero a que llegue otro tiempo
en que poder dibujar trazos con todos los destellos
que han de procurarme las cosas sencillas:
la luz, que en un instante es capaz
de coronar el cáliz de un árbol.
El gorjeo de un pájaro que recién
despierta a la vida. O el escueto rumor
de la lluvia.

Pero aún no es época de cosecha.
Y habré de vagar, mientras tanto,
como un espectro extraviado en el cerro de Dante,
donde las almas que lo habitan ignoran
que no reside allí la culpa.
En esa loma de fuego taimado, donde,
como más abajo, en la tierra,
sólo debe de existir la desolación
y la desdicha.

© Juana Fuentes



jueves, 27 de marzo de 2014

Tardes en Estocolmo

Intuyo acercarse tus pasos, 
sordos, enmoquetados. 

La agitación abrasa 
mi rostro 
y me retuerzo 
como una sierpe, 
esperando oír 
el ruido 
de unas llaves que pronto 
abrirán esa puerta. 

Debes de caminar despacio, 
o es que ya pienso el tiempo 
como existir 
en un ingente mar salado 
donde no es posible saber 
hacia dónde encauzar mis brazos. 

Ya estás aquí. 
Huelo tu cercanía 
y sé que te aproximas lentamente, 
como si te regocijaras 
demorando lo que va a suceder. 

Oigo entonces el ruido ronco 
de un objeto pesado 
al caer sobre la mesilla. 
Rozas, al fin, levemente 
mis orejas y siento cálidas 
tus manos en mi tez. 
Pones fin 
a mi oscuridad habitual 
y ya puedo verte. Tus labios, 
por fin, son míos. Y me entregas 
también tus ojos dócilmente 
antes de aliviar mis muñecas. 

No sé cuánto tiempo transcurre. 

Coges tu Glock de la mesilla 
y la ajustas a tu cintura. 
Vuelvo a sentir tus manos 
en mi piel. Mis muñecas, 
de nuevo capturadas. 
Y esta oscuridad que regresa. 

Una vez más te desvaneces. 

Ignoro qué día es _hoy he olvidado 
preguntártelo_ y cuántas veces 
ha sucedido.

© Juana Fuentes



domingo, 23 de febrero de 2014

Creíste que podrías

Creíste que podrías llamar dicha
a aquella brizna de luz que robaste al invierno,
a aquel pálpito inconstante
que vino a quebrantar
el lento suceder
de tus horas oscuras,
a ese acaso que ya no esperabas.

Dejó de importarte la luna
y ya no querías mirarla
para saber si cada noche
estaba pálida
o lucía con rigidez
sus enlutadas galas.

Incluso soñar dormida comenzó a ser
un trámite sin importancia.

Y entonces rodeaste
con cintas blancas tus rodillas
para aprender a caminar de nuevo,
esperando, paciente, llegar a ser el poema
que te dijeron que eras,
el que un día ibas a leer en tus esponsales.
Pero todo se malgastó
a lo largo de ese trecho
que ya sabías borroso y vacilante.
Y se astillaron tus rodillas.
Y se desvanecieron las palabras.

Creíste que podrías.
Pero ahora no sé
si fuiste una metáfora
de alguien que hoy no conozco.

© Juana Fuentes




domingo, 16 de febrero de 2014

Poema de amor

En ocasiones se esponja mi pecho
sin que comprenda cuál es la razón
que me incita a sentir que se agranda,
como lo hacen las obleas compactas
al simple roce de un jugo caliente.

Podría tratarse de las retinas
de un extraño  que me velan y acechan
desde una ventana distante, pues incluso
estando lejos, me harían notar
el calor de saberme cobijada
en un cuerpo que  no le es invisible
al mundo.

O tal vez ayer diera una moneda
a un indigente despojado que vino
entonces a vestirme, agradecido,
con todas sus desnudas bendiciones.

En ocasiones no existe una causa atinada.

Pero  cuando  tú me ves con tus ojos,
con tu mueca limpia y sonriente  bañas
en vino mi alma sedienta,
que se expande vertiendo sus cenizas
en medio de todos esos océanos
que aclaran la tierra. Y presiento que no tendré
que cruzarlos todos para saber
que, sin ti, existir también es posible.

Porque ahora me basta
con que seas el pretexto  preciso
para que mi corazón se contraiga
empapado en nostalgia, en poesía
y, tal vez, en amor.

© Juana Fuentes


lunes, 27 de enero de 2014

Y cómo hacer.

Proceder cómo
y conducirme,
si me hice árbol
cansado y yermo
que a los pájaros
grita en otoño.
Guardar qué espalda
podrá mi tronco.

Y por qué amar
o cómo amarme,
si me urdió légamo
la tierra y barro
intransitable
en donde nadie
podrá llenar
sus huellas huecas.

Si soy deseo
de sólo lluvia
en mi sollozo,
si el sol no anhelo
porque no quiero
que cegar quiera
mis pobres ojos.

Si seré barro,
árbol y lluvia.
Si del dolor,
de este dolor,
de mi dolor
sola yo me duelo.

Y cómo hacer 
y ser bastante,
si sola yo me soy,
si a solas yo me habito.

© Juana Fuentes




















Photo: Sarolta Ban

lunes, 6 de enero de 2014

De óxido y hueso

Quizá siga siendo el amor
aquella conmoción borrosa
de mis primeros años:
retinas extraviadas entre juegos de manos 
que sólo nublaba el reflejo 
del barro de las calles.
Encontrar, al fin, ese ansiado roce
que, y sin comprender el motivo, 
nos guiaba hacia la hondura salada 
de un mar inesperado. 
Incluso compartir  una gastada 
golosina sin advertir lo impúdico 
aunque ingenuo de aquel improvisado gesto.

Y aún hoy  cuando alguno de esos rostros
que tan atrás y entre aquellas tardes
se quedaron me asalta, me pregunto
si no existirá en ti y en lo que ahora ya eres,
en tu voluntad desarmada,
en tu felina placidez,
en tu  seda insospechada,
aquel  amor que habitaba
en esos pequeños cuerpos, ya desbaratados
por los años, sólo hechos
de óxido y hueso.

© Juana Fuentes




domingo, 5 de enero de 2014

Tiempo de cenizas

Me dices que no es el tiempo
ya una cuestión que me concierna,
que he llegado tarde a los esponsales
de nuestro hallazgo.
Es posible que yo sólo sea
un mensajero de la muerte
dispuesto a cumplir puntualmente
su propósito.

Ven entonces; te vestiré como lo haría
una novia, pero esta vez sin flores,
sin ornatos, sin tus viejos recuerdos.
Los dejaré a tu lado en tu desnuda caja
de listones de cedro.

Descansaré después mi espalda
-como ayer dormitaba  sobre tu vientre-
en el tronco  de un árbol,
acaso aquél del que arranqué
las tablas para tu urna,
y aguardaré a que el rumor
de sus ramas me diga
qué hacer con tus cenizas.

© Juana Fuentes


jueves, 2 de enero de 2014

Sobre Céfiro y otras metáforas

No recuerdo que una plácida brisa
lograra apropiarse alguna vez de mi vientre,
pues siempre he vivido acechando el áspero
viento del norte, artífice de sueños
desbocados dispuestos a colmar
con un fuego extraño mi madrugada.
Pero siempre se estrellaban sus dádivas
contra la sólida roca de Pitis,
mudándose greda moldeada en la desgana.


Ahora me sucedo en las noches aguardando,
penitente, a que el viento del oeste,
ese céfiro apacible y ligero,
me brinde su desconocido abrazo
para invitarme a un insólito baile.


Y así un día crecerán las flores en mi huerto;
ensamblaré con ellas
la más delicada de las diademas
para que me traiga su aroma
decenas de palomas blancas.

© Juana Fuentes