a aquella brizna de luz que robaste al invierno,
a aquel pálpito inconstante
que vino a quebrantar
el lento suceder
de tus horas oscuras,
a ese acaso que ya no esperabas.
Dejó de importarte la luna
y ya no querías mirarla
para saber si cada noche
estaba pálida
o lucía con rigidez
sus enlutadas galas.
Incluso soñar dormida comenzó a ser
un trámite sin importancia.
Y entonces rodeaste
con cintas blancas tus rodillas
para aprender a caminar de nuevo,
esperando, paciente, llegar a ser el poema
que te dijeron que eras,
el que un día ibas a leer en tus esponsales.
Pero todo se malgastó
a lo largo de ese trecho
que ya sabías borroso y vacilante.
Y se astillaron tus rodillas.
Y se desvanecieron las palabras.
Creíste que podrías.
Pero ahora no sé
si fuiste una metáfora
de alguien que hoy no conozco.