jueves, 27 de marzo de 2014

Tardes en Estocolmo

Intuyo acercarse tus pasos, 
sordos, enmoquetados. 

La agitación abrasa 
mi rostro 
y me retuerzo 
como una sierpe, 
esperando oír 
el ruido 
de unas llaves que pronto 
abrirán esa puerta. 

Debes de caminar despacio, 
o es que ya pienso el tiempo 
como existir 
en un ingente mar salado 
donde no es posible saber 
hacia dónde encauzar mis brazos. 

Ya estás aquí. 
Huelo tu cercanía 
y sé que te aproximas lentamente, 
como si te regocijaras 
demorando lo que va a suceder. 

Oigo entonces el ruido ronco 
de un objeto pesado 
al caer sobre la mesilla. 
Rozas, al fin, levemente 
mis orejas y siento cálidas 
tus manos en mi tez. 
Pones fin 
a mi oscuridad habitual 
y ya puedo verte. Tus labios, 
por fin, son míos. Y me entregas 
también tus ojos dócilmente 
antes de aliviar mis muñecas. 

No sé cuánto tiempo transcurre. 

Coges tu Glock de la mesilla 
y la ajustas a tu cintura. 
Vuelvo a sentir tus manos 
en mi piel. Mis muñecas, 
de nuevo capturadas. 
Y esta oscuridad que regresa. 

Una vez más te desvaneces. 

Ignoro qué día es _hoy he olvidado 
preguntártelo_ y cuántas veces 
ha sucedido.

© Juana Fuentes